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¿Qué implica el nombre de un color?

   

¿Qué implica el nombre de un color?

POR PHILLIP KOSKI

Los nombres de los colores, con frecuencia llenos de significado cultural, ¿alteran nuestra percepción del universo cromático?

Incluso antes de que mi pareja Billy y yo nos mudáramos a nuestra primera vivienda hace 10 años, ya había establecido algunas “reglas” sobre cómo renovaría los espacios interiores. Paredes blancas. Galería blanca y plana como la tiza. Decidí reservar el color para el cielo raso. En contraste con el carácter impecable de las paredes blancas, similar al de un museo, el cielo raso se pintaría de un color profundo, rico y cálido, algo en el espectro saturado del anaranjado tostado/caqui/rojo-arcilla/lata de sopa de tomate de Andy Warhol. Billy, cuyo color favorito es cualquier tono de azul, amablemente accedió.

En el transcurso de las semanas siguientes, debatimos sobre el color imaginario del cielo raso mientras nos dedicábamos a retirar el papel de las paredes de la sala de estar y lijar el yeso. Sin un solo resto de pintura en el sitio, felizmente utilizamos el diccionario Roget’s con descripciones poco probables. El color tenía que tener pasión. Debía se real. Debía ser vívido. Nítido. Brillante. Caliente. Oxidado. Jugoso. Original.

Por más divertidas que fueran nuestras cavilaciones en el porche delantero, también sabíamos que estábamos analizando conceptos vagos una y otra vez, divirtiéndonos con algunas imágenes y sentimientos que las palabras evocaban. Para el momento en que estuvimos listos para comprar la pintura, habíamos llegado a un acuerdo sobre la terminología. Resultó que el color era más impreciso.

Solíamos tener una abundancia de palabras en el idioma inglés para cortar y rebanar el espectro de colores continuos de la naturaleza en variaciones casi indiscernibles de tonos, tintes y cromos. Piensa en los nombres comunes del azul oscuro: azul celeste, azul marino, cerúleo, denim y zafiro. Culturalmente, estos nombres están cargados con asociaciones: el cielo, el mar, Meryl Streep en El diablo viste a la moda, vaqueros y gemas preciosas. Es fácil ver cómo estas referencias externas enriquecen nuestra conversación acerca del color, pero también generan prejuicios y causan confusión.

Los miembros de la tribu Ndani de Papúa Oriental no tienen estas preocupaciones. Los Ndani, una sociedad agrícola aislada que vive en las tierras altas de Nueva Guinea, solo tienen dos palabras para los colores: mili para tonos fríos u oscuros como el azul, verde y negro, y mola para los colores cálidos y claros como el rojo, amarillo y blanco. Los Ndani no solo son una bendición para los lingüistas antropológicos, sino que también ofrecen un recordatorio de cómo nuestra civilización occidental moderna confunde innecesariamente nuestra apreciación de los fenómenos naturales (como el color del cielo o el mar) por medio de una categorización y un etiquetado obsesivos. Si bien el ejemplo de los Ndani es extremo, hay muchos otros idiomas que tienen un vocabulario limitado para los colores, en ocasiones solo tres o cuatro palabras. En estos idiomas, el rojo es usualmente el único color que se distingue del claro u oscuro, seguido por el amarillo o el verde si es que hay una cuarta palabra para los colores.

Incluso a comienzos de la historia cultural occidental, las palabras para los colores aparentemente cubrieron mucho más territorio en la rueda de colores, y en la mente humana, que lo que los nombres de los crayones cubren en la actualidad. Homero, por ejemplo, hace referencia en sus escritos a un “mar de vino oscuro”, al cielo del color del bronce, y a guerreros con cabellos azules. Los escolásticos han descartado las nociones de que Homero era daltónico, señalando que para los antiguos griegos, las palabras usadas para los colores con frecuencia incluían otras propiedades, como la humedad, la fluidez o la frescura.

Para el hablante actual del idioma inglés, los nombres de los colores accionan respuestas emocionales que son difíciles de borrar una vez que se pronuncian. El rojo sangre, por ejemplo, suena más cruento y menos agradable que el rojo manzana. Especialmente cuando las cosas o los objetos se usan para ayudar a describir el color, es virtualmente imposible no ver ese objeto en el ojo de la mente. Amarillo limón. ¿Ves a qué me refiero?

¿Y el color que Billy y yo finalmente elegimos para el cielo raso? Después de tres intentos fallidos por encontrar el tono correcto – no demasiado oscuro, pero no demasiado parecido al sorbete – mantuvimos un intercambio de ideas que nos llevó al jardín trasero. Ese año (y todos los años desde entonces) habíamos plantado zinnias anaranjadas en un cantero que va desde la casa hasta la cerca trasera. Al examinar el ramillete de flores, arrancamos unos pétalos de un espécimen particularmente agradable, corrimos adentro y lo colocamos contra el cielo raso. Era el color perfecto. Los dos nos quedamos sin palabras.